Mientras aquella camarera le servía el café, su reloj retrocedió horas, días y años, porque a Carolina, de vez en cuando, la visitaba el pasado.
Los engranajes del tiempo encajaban por distintos motivos. A veces, podía ser una voz mecida por el viento que se hacía hueco entre la multitud, para susurrar a su oído un nombre especial. Otras veces, un olor la alcanzaba dejando una estela que Carolina se imaginaba de color violeta. Cerraba los ojos y husmeaba en su memoria, para encontrarse con la primera vez.
Quizás ahora se debía a la taza medio descascarillada, con flores amarillas.
Cualquiera que fuese la motivación, a Carolina le encantaban esos viajes en el tiempo. Entraba en una especie de trance en el que ese enjambre de emociones volvía y la embargaban las mismas sensaciones que entonces.
Tal y como entonces.
Siempre era agradable recibir la caricia de los recuerdos, especialmente en los momentos en los que más perdida se sentía. Era como volver al inicio y tomar de nuevo la referencia.
Hay días en los que el pasado sorprende,
se enciende un recuerdo
y te abraza la nostalgia.
El tiempo hace girar sus engranajes,
que encajan,
para desperezar sensaciones,
y emociones,
que abrigan
y alivian.
Tal y como entonces.
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