-Noventa y cinco céntimos.
«Y pintarte una sonrisa en la cara, ¿qué precio tiene?», pensé mientras le pagaba el pan a la chica con el ceño fruncido que se encontraba detrás del mostrador.
-Noventa y cinco céntimos.
«Y pintarte una sonrisa en la cara, ¿qué precio tiene?», pensé mientras le pagaba el pan a la chica con el ceño fruncido que se encontraba detrás del mostrador.
Un soplo de brisa,
con olor a sal y susurros de mar,
se enreda en tu pelo.
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